DIARIO DE UNA PERSONA CUALQUIERA

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sábado, 3 de abril de 2010

Competitividad

El tema del que quiero hablar creo que es bastante sensible para la mayoría de los hombres. Y es la competitividad instintiva que puede aparecer en cualquier actividad incluso de forma repentina.

Hace años, cuando comencé a competir en carreras, recuerdo que me marcaba unos objetivos y entrenaba duramente durante meses para intentar conseguirlos. Los objetivos no eran muy ambiciosos. Las primeras carreras quería simplemente terminar, las siguientes mejorar el tiempo de la carrera anterior.

Sin embargo, una vez en la carrera, la cosa cambiaba sin yo quererlo conscientemente. Al principio intentaba seguir mi plan de carrera en el que tanto había pensado y planificado. Pero pronto comprendí que había algo diferente. El estar compitiendo con otras personas hacía que mi cabeza se fuera por otros derroteros. Instintivamente, si iba con un grupo de personas, intentaba acelerar un poquito para intentar pasarlos. Otro caso peor era cuando, ya avanzada la carrera, alguien me venía pisándome los talones. La adrenalina me subía y empezaba a pensar en acelerar para evitarlo ó, por lo menos, si el ritmo que llevaba era un poco mejor que el mío intentar seguirlo. Mi instinto me decía que apretase un poco más para mantener mi posición aunque mi cabeza me decía que debía seguir mi ritmo para el cual había entrenado. Al final, lo dejaba ir no sin tener un gran debate psicológico durante varios segundos o quizás minutos. Había veces que, a pesar que me decía para mí mismo que me olvidara de los demás, me era imposible hacerlo, en definitiva, no controlaba mis emociones.



Las mujeres parecen no tener este instinto compulsivo. Quizás en los hombres es el exceso de testosterona lo que nos domina. He preguntado a algunas chicas sobre este tema y me dicen que no tienen ningún sentimiento cuando alguien les viene pisando los talones. Tampoco cuando les pasan y cuando ven como se alejan. Evidentemente hay excepciones pero la mayoría no parece verse afectada.

Recuerdo hace unos años que estuve un tiempo haciendo yoga e, incluso en esta actividad, me surgía este instinto. En la clase, todas las personas eran chicas excepto yo y dos personas más. Si ya de por sí las chicas tienen mayor elasticidad que los hombres, en mi caso la diferencia era mayor porque, en aquella época, apenas hacia estiramientos lo que unido al entrenamiento diario, hacía que mis músculos y articulaciones estuvieran bastante agarrotados. Pues bien, a pesar de eso, las primeras semanas intentaba apurar al máximo los estiramientos para intentar acercarme a lo que hacían las chicas. El resultado como no, eran contracturas y tirones que me duraban días. Creo que en esas clases de Yoga a las que fui durante año y medio, lo principal no fueron los estiramientos y formas de respiración que aprendí, sino que aprendí también a tener un mayor control de las emociones y a relajarme ante diferentes situaciones.

Es bastante habitual en los hombres este instinto de competitividad en cualquier deporte. Realizar un deporte simplemente para disfrutar, para relajarnos, para estar en paz con uno mismo es tarea ardua y más si lo hacemos con otras personas alrededor.

Creo que es importante para un atleta aprender a tener el control de la carrera en todas las facetas. El instinto competitivo que llevamos dentro, sobre todo los hombres, debe ser controlado si queremos conseguir los objetivos que nos hemos propuesto. En caso contrario, puede fastidiarnos el plan de carrera que nos habíamos propuesto y, seguramente, echar a perder los meses de entrenamiento.

Esto no quiere decir que la competitividad sea mala. Al contrario, nos ayuda a mejorar ó a que la actividad que realicemos sea más amena y nos la tomemos como un juego. Sin embargo, esta emoción no nos debe controlar por completo, sino que debe ser un aliciente más e intentar que no sea totalmente compulsiva.

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